2 de octubre de 2013

RECUERDOS DE AYER



Es domingo y hace un día de esos que tienes que coger abanico, pañuelo y paraguas. Nubes grises y negras amenazan a los pocos transeúntes que osan salir a tomarse la cervecita del mediodía. Yo soy de las valientes y paraguas en mano pongo rumbo a La Divina dónde espero sucumbir a los deleites de unos choricitos a la sidra con un vermut de la casa. Por el camino, gritos y risas de niños le dan color a la mañana.

 
Llego a mi destino y allí me esperan mi hermano y mi cuñada que ya se han apoderado de una de las cotizadas mesas de la terraza. Aunque el servicio no es, ni muy rápido ni muy simpático, La Divina es uno de nuestros lugares favoritos y hoy estamos de suerte porque el camarero nos ha servido con una media sonrisa. Pienso que eso es una buena señal y que hoy será un gran día.

 
Después de unas pocas tapas y un par de vermuts ponemos fin a nuestro encuentro semanal y cada uno se retira por donde vino. Ellos cogidos de la mano hacia arriba y yo sumida en mis pensamientos hacia abajo. A lo lejos se ilumina el cielo con un relámpago mientras que al otro lado se abre un cielo azul intenso que deja atisbar algunos rayos de sol. Sinsentidos de primavera.


Estoy animada y no tengo muchos planes. Decido sustituir el rato de siesta para visitar a Bella. Bella lleva algún tiempo viviendo fuera. La visito muchas veces y pasamos grandes ratos recordando buenos momentos. Han sido muchos durante estos años. Bella ha sido una mujer aventurera que ha vivido como ha querido. Ha sido feliz y ha hecho feliz a los que estábamos a su alrededor. Vive a 15 minutos de mi casa así que en un momento me planto allí.


Toco el timbre y me recibe Marisol.


-Hola Elena!


-Hola Marisol! ¿Qué tal Bella? ¿Puedo pasar a visitarla?

 
-Claro! Está descansando en el salón.  Sígueme!


Descansa junto a la ventana y está siguiendo atentamente las noticias. Deben de estar hablando sobre la nueva reforma de educación o la nueva sarta de recortes porque no tiene buena cara. La vista perdida y compañeros de batalla en la misma posición. Una hilera de sillas en paralelo ocupadas por almas generosas que mendigan palabras y atención.


-Hola Bella! ¿Cómo estás?


Bella sonríe dulcemente y estira sus brazos para abrazarme. Yo la abrazo fuerte pero suave. La miro a los ojos y veo su pasado. Un pasado intenso y plagado de experiencias que durante muchas sobremesas me contó.


-Cuéntame-le digo-¿Qué tal lo pasaste ayer?


-Genial! Ayer era sábado y había fiesta en el barrio. Fui a la peluquería y me puse el vestido azul. ¿Recuerdas el vestido azul de lunares blancos? ¿El que me compró papá? Me sienta como un guante, ¿a que sí? Luego quedé con mis amigas, Paula y Josefa, y fuimos a bailar. Había muchos chicos pero a mi ya sabes que sólo me gusta Juan. Pero ayer fue un día muy especial porque Juan me sacó a bailar. Por fin! Pensé que nunca se decidiría-reía-pero lo hizo. Estuvimos bailando y luego me llevó con su Vespa rumbo a la playa. Y allí, a la luz de la luna entre dunas de arena, me besó. Un beso sutil como la brisa que soplaba pero ardiente como el sol de agosto. Mamá, ayer fue el día más feliz de mi vida!

Lo decía mientras se abrazaba y se mecía con lágrimas de cristal como las gotas que empezaban a repiquetear en la ventana. Así supe cómo mi abuela conoció a mi abuelo. Le di un beso y volví a casa con el miedo de no recordar pero con la esperanza de que el amor nunca se olvida.

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