Nada más salir por la
puerta noté su presencia. Hacía sol pero habían anunciado una nueva ciclogénesis
explosiva y el viento empezaba a despeinar las cabelleras más rebeldes. Incluida
la mía que en esos momentos insistía en enroscarse a mi cuello cual pitón.
Me perseguía. A esas
horas de la mañana sólo me acompañaban el ruido de mis tacones y el vaivén del
bolso en la cadera. Empecé a caminar más rápido con el peligro que eso suponía. Mis nuevos
tacones eran presa fácil entre los viejos adoquines del barrio.
Cada vez estaba más
cerca; lo notaba. Me giré y vi que se escondía tras la esquina con aire burlón.
Empecé a correr chocando con el frutero que blasfemaba a mi espalda. No había
tiempo para disculpas y corrí más rápido. Entre el viento y las prisas, mi pelo
parecía afro, estaba al borde del esguince y tenía la convicción de que esta
vez sí me atraparía.
Corrí y corrí hasta
llegar al número 101, la librería. Entré como un huracán sonriendo fugazmente
al dependiente. Y allí, entre libros de bolsillo, best sellers y novelas, di esquinazo
a mi acosador. La rutina nuevamente no me alcanzó.
"Si crees que la aventura es peligrosa, prueba con la rutina. Es mortal." Paulo Coelho
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